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Los años que tuvimos miedo
Primera parte
Por EDUARDO MARTÍNEZ BENAVENTE
Enero 30, 2011
No sabemos cuánto tiempo tendrá que transcurrir para que un día los potosinos podamos referirnos a los años de violencia, miedo e inseguridad en los que nos ha tocado vivir como un período aciago de nuestra historia que finalmente pudimos superar. Advierto que todavía faltan muchos años para que eso ocurra pues no hay condiciones ni estrategias viables para que el estado recupere la tranquilidad y el orden perdidos. Recuerdo que hace unas 3 o 4 décadas, los viejos que habían nacido a finales del siglo XIX y a principios del XX, con quienes tuvimos el honor de convivir, nos relataban con tristeza los años en los que sufrieron hambre como una de las experiencias más amargas de sus vidas. Narraban los pormenores de sus aflicciones cuando de 1915 a 1920 escasearon los alimentos en San Luís Potosí y las epidemias y la desnutrición diezmaron a la población. El campo estaba desolado e improductivo. Los salteadores de caminos asediaban a los viajeros y el comercio se interrumpió.
Creo que los hechos de violencia que padecemos ahora en la capital del estado y en algunas regiones de la entidad son mucho más graves que los que ocurrieron en estos mismos lugares durante la época revolucionaria. Los índices de criminalidad no tienen precedentes. La ciudad, con sus 68,022 habitantes que reportaba el censo de 1910, se rendía a los diferentes grupos armados que la tomaban sin oponer resistencia y sólo había que lamentar unas cuantas bajas durante la ocupación. Los desmanes y saqueos se centraban principalmente en algunas fincas abandonadas por la burguesía y hacendados que habían huido a San Antonio a refugiarse, y en uno que otro inmueble del clero potosino. Son contadas las personas que fueron ejecutadas en la revuelta, la mayoría de ellas fusiladas en el panteón del Saucito, sin juicio previo, porque resultaban incómodas al nuevo régimen, había que vengar viejas rencillas, o bien, se resistían a entregar o no tenían el dinero que les exigían.
Hubo un jefe militar que justificaba sus crímenes mediante sentencias sumarísimas que ordenaba publicar en el Periódico Oficial del Estado. En el del 3 de marzo de 1915 se puede leer un Manifiesto al Pueblo Potosino suscrito por el general villista, Jefe de Operaciones de la plaza, Tomás Urbina, en el que procede citar dos casos, el primero, el del súbdito español Inocencio Narezo, mi bisabuelo, “que fue pasado por las armas en virtud de haberse comprobado que, además de tomar parte en la política de la República siendo extranjero, se enriqueció de un modo fraudulento y a costa de nuestros nacionales…” Sin pruebas, ni defensa, ni autoridades competentes para juzgarlo lo fusilaron al pie de su tumba el 17 de febrero de ese mismo año. Varios meses después su esposa e hijos que residían en Matehuala se enteraron del suceso. Un amigo les entregó una carta póstuma en la que se despedía de su familia y les explicaba que su ejecución era inevitable y que ocurriría en unas cuantas horas porque ni remotamente contaba con la suma de dinero que le demandaban, y que lo que traía consigo ya se lo habían robado. Le decía a su esposa: “Voy a morir enteramente tranquilo, sintiendo solamente dejarte en la miseria, pues todos mis bienes han sido confiscados y pronto irán a ese para recogerlos…” El otro caso que se señala en el órgano de difusión gubernamental es el de Efrén Álvarez, un militar “a quien se ajustició en atención a haber quedado probado el hecho punible de haber robado y amagado a algunas personas…”
Los demonios se desataron en San Luis Potosí a partir de la ejecución del director de Seguridad Pública, Jaime Flores Escamilla, ocurrida el 13 de septiembre de 2007, y se asentaron en nuestro territorio con la balacera y muerte registrada en el centro histórico el 29 de noviembre de ese año, en la que fueron acribillados dos policías estatales y dos escoltas del empresario Roberto García Navarro, además de varios heridos. Desde entonces, con mayor o menor intensidad no han cejado de ocurrir hechos delictivos de alto impacto en nuestra entidad, pero nunca tan violentos y numerosos como los registrados a partir de este año. Mi familia, como seguramente la de muchos otros potosinos, ha sido victima de la delincuencia organizada y desorganizada desde entonces. Cuatro robos a mano armada en sus domicilios y empresas; extorsiones; uno de mis sobrinos y su esposa, recién casados, fueron asaltados en la carretera después de pasar por Villa de Arriaga, los despojaron de su vehículo y demás pertenencias, los secuestraron y después de varias horas de amedrentarlos y pasearlos por caminos vecinales, los aventaron en el monte. Cuál no va siendo su sorpresa cuando en ese sitio había otros cuatro automóviles y siete pasajeros que habían corrido con la misma suerte. Ella tuvo el coraje de tragarse los anillos de boda y compromiso con tal de que no se los robaran. La desaparición de un primo hermano de mis hijos de 15 años de edad y otros dos quinceañeros que lo acompañaban, de los que no se sabe nada desde el 1 de marzo de 2010, fecha en la que fueron levantados después de una persecución vehicular que terminó en la plaza de la cabecera municipal de Venado.
Es traumático perder la tranquilidad y sentirse tan vulnerable en una comunidad en la que hasta hace muy poco el crimen organizado no la había penetrado. Algo muy grave ha de haber ocurrido para que se haya roto tan bruscamente la “PAX POTOSINA”. ¿Quién fue y por qué, o a cambio de qué, el que incumplió las reglas no escritas o valores entendidos de convivencia entre autoridades y delincuentes? En fin, son tantas las historias de miedo y violencia que podemos compartir los potosinos, como la crónica que publicó la señora Ana Newman en la que describe puntualmente lo ocurrido en la carretera 57 hace unos cuantos días; por eso nos sentimos muy agraviados que el farsante del ex interino Teófilo Torres Corzo y su lacayo, el presidente de la Coparmex, le hayan entregado al gobernador del Estado un reconocimiento por los resultados obtenidos en su lucha por la seguridad; pero lo peor de todo es que Fernando Toranzo se lo crea y haya aceptado y presumido el diploma.
Por EDUARDO MARTÍNEZ BENAVENTE
Enero 30, 2011
No sabemos cuánto tiempo tendrá que transcurrir para que un día los potosinos podamos referirnos a los años de violencia, miedo e inseguridad en los que nos ha tocado vivir como un período aciago de nuestra historia que finalmente pudimos superar. Advierto que todavía faltan muchos años para que eso ocurra pues no hay condiciones ni estrategias viables para que el estado recupere la tranquilidad y el orden perdidos. Recuerdo que hace unas 3 o 4 décadas, los viejos que habían nacido a finales del siglo XIX y a principios del XX, con quienes tuvimos el honor de convivir, nos relataban con tristeza los años en los que sufrieron hambre como una de las experiencias más amargas de sus vidas. Narraban los pormenores de sus aflicciones cuando de 1915 a 1920 escasearon los alimentos en San Luís Potosí y las epidemias y la desnutrición diezmaron a la población. El campo estaba desolado e improductivo. Los salteadores de caminos asediaban a los viajeros y el comercio se interrumpió.
Creo que los hechos de violencia que padecemos ahora en la capital del estado y en algunas regiones de la entidad son mucho más graves que los que ocurrieron en estos mismos lugares durante la época revolucionaria. Los índices de criminalidad no tienen precedentes. La ciudad, con sus 68,022 habitantes que reportaba el censo de 1910, se rendía a los diferentes grupos armados que la tomaban sin oponer resistencia y sólo había que lamentar unas cuantas bajas durante la ocupación. Los desmanes y saqueos se centraban principalmente en algunas fincas abandonadas por la burguesía y hacendados que habían huido a San Antonio a refugiarse, y en uno que otro inmueble del clero potosino. Son contadas las personas que fueron ejecutadas en la revuelta, la mayoría de ellas fusiladas en el panteón del Saucito, sin juicio previo, porque resultaban incómodas al nuevo régimen, había que vengar viejas rencillas, o bien, se resistían a entregar o no tenían el dinero que les exigían.
Hubo un jefe militar que justificaba sus crímenes mediante sentencias sumarísimas que ordenaba publicar en el Periódico Oficial del Estado. En el del 3 de marzo de 1915 se puede leer un Manifiesto al Pueblo Potosino suscrito por el general villista, Jefe de Operaciones de la plaza, Tomás Urbina, en el que procede citar dos casos, el primero, el del súbdito español Inocencio Narezo, mi bisabuelo, “que fue pasado por las armas en virtud de haberse comprobado que, además de tomar parte en la política de la República siendo extranjero, se enriqueció de un modo fraudulento y a costa de nuestros nacionales…” Sin pruebas, ni defensa, ni autoridades competentes para juzgarlo lo fusilaron al pie de su tumba el 17 de febrero de ese mismo año. Varios meses después su esposa e hijos que residían en Matehuala se enteraron del suceso. Un amigo les entregó una carta póstuma en la que se despedía de su familia y les explicaba que su ejecución era inevitable y que ocurriría en unas cuantas horas porque ni remotamente contaba con la suma de dinero que le demandaban, y que lo que traía consigo ya se lo habían robado. Le decía a su esposa: “Voy a morir enteramente tranquilo, sintiendo solamente dejarte en la miseria, pues todos mis bienes han sido confiscados y pronto irán a ese para recogerlos…” El otro caso que se señala en el órgano de difusión gubernamental es el de Efrén Álvarez, un militar “a quien se ajustició en atención a haber quedado probado el hecho punible de haber robado y amagado a algunas personas…”
Los demonios se desataron en San Luis Potosí a partir de la ejecución del director de Seguridad Pública, Jaime Flores Escamilla, ocurrida el 13 de septiembre de 2007, y se asentaron en nuestro territorio con la balacera y muerte registrada en el centro histórico el 29 de noviembre de ese año, en la que fueron acribillados dos policías estatales y dos escoltas del empresario Roberto García Navarro, además de varios heridos. Desde entonces, con mayor o menor intensidad no han cejado de ocurrir hechos delictivos de alto impacto en nuestra entidad, pero nunca tan violentos y numerosos como los registrados a partir de este año. Mi familia, como seguramente la de muchos otros potosinos, ha sido victima de la delincuencia organizada y desorganizada desde entonces. Cuatro robos a mano armada en sus domicilios y empresas; extorsiones; uno de mis sobrinos y su esposa, recién casados, fueron asaltados en la carretera después de pasar por Villa de Arriaga, los despojaron de su vehículo y demás pertenencias, los secuestraron y después de varias horas de amedrentarlos y pasearlos por caminos vecinales, los aventaron en el monte. Cuál no va siendo su sorpresa cuando en ese sitio había otros cuatro automóviles y siete pasajeros que habían corrido con la misma suerte. Ella tuvo el coraje de tragarse los anillos de boda y compromiso con tal de que no se los robaran. La desaparición de un primo hermano de mis hijos de 15 años de edad y otros dos quinceañeros que lo acompañaban, de los que no se sabe nada desde el 1 de marzo de 2010, fecha en la que fueron levantados después de una persecución vehicular que terminó en la plaza de la cabecera municipal de Venado.
Es traumático perder la tranquilidad y sentirse tan vulnerable en una comunidad en la que hasta hace muy poco el crimen organizado no la había penetrado. Algo muy grave ha de haber ocurrido para que se haya roto tan bruscamente la “PAX POTOSINA”. ¿Quién fue y por qué, o a cambio de qué, el que incumplió las reglas no escritas o valores entendidos de convivencia entre autoridades y delincuentes? En fin, son tantas las historias de miedo y violencia que podemos compartir los potosinos, como la crónica que publicó la señora Ana Newman en la que describe puntualmente lo ocurrido en la carretera 57 hace unos cuantos días; por eso nos sentimos muy agraviados que el farsante del ex interino Teófilo Torres Corzo y su lacayo, el presidente de la Coparmex, le hayan entregado al gobernador del Estado un reconocimiento por los resultados obtenidos en su lucha por la seguridad; pero lo peor de todo es que Fernando Toranzo se lo crea y haya aceptado y presumido el diploma.
SUS COMENTARIOS
NOMBRE
Óscar G-Chavez
COMENTARIO
Estimado Eduardo,
Agradezco el envío del artículo, me pareció muy bueno en general, aunque todavía más en lo particular ya que a la par del recuento de la oleada de violencia que se ha desatado en la ciudad, es una firme invitación a la reflexión del estado actual de las cosas.
Más aún, me permitió recordar que el año pasado en menos de seis meses fui también víctima de esa serie de delitos cometidos en la ciudad: despojado del auto a punta de pistola en plena avenida Carranza; computadora, dinero y chequera a tres cuadras de avenida Chapultepec; equipo sonido y otras cosas en la oficina, en el centro. Situaciones que de no ser gracias al artículo hubiera olvidado, no queda más que aferrarse a la memoria histórica que posibilita el surgimiento y temple de la conciencia y el actuar con un civismo crítico, mismo que desafortunadamente es difícil de encontrar en estos días.
Antes de concluir, comento que el artículo me hizo recordar, a propósito del reconocimiento de la Coparmex, que mientras franceses y conservadores combatían feroz y enconadamente contra liberales en distintas partes del país, Maximiliano y Carlota, residentes en su finca de verano en Cuernavaca, pasaban el tiempo diseñando condecoraciones y uniformes, definitivamente una forma de eludir la cruda realidad.
Nuevamente muchas gracias por el artículo y esperemos de aquí a algunos años poder recordar, y solo eso, Los años que tuvimos miedo.
Saludos y buen fin de semana.
Óscar G-Chávez
NOMBRE
Óscar G-Chavez
COMENTARIO
Estimado Eduardo,
Agradezco el envío del artículo, me pareció muy bueno en general, aunque todavía más en lo particular ya que a la par del recuento de la oleada de violencia que se ha desatado en la ciudad, es una firme invitación a la reflexión del estado actual de las cosas.
Más aún, me permitió recordar que el año pasado en menos de seis meses fui también víctima de esa serie de delitos cometidos en la ciudad: despojado del auto a punta de pistola en plena avenida Carranza; computadora, dinero y chequera a tres cuadras de avenida Chapultepec; equipo sonido y otras cosas en la oficina, en el centro. Situaciones que de no ser gracias al artículo hubiera olvidado, no queda más que aferrarse a la memoria histórica que posibilita el surgimiento y temple de la conciencia y el actuar con un civismo crítico, mismo que desafortunadamente es difícil de encontrar en estos días.
Antes de concluir, comento que el artículo me hizo recordar, a propósito del reconocimiento de la Coparmex, que mientras franceses y conservadores combatían feroz y enconadamente contra liberales en distintas partes del país, Maximiliano y Carlota, residentes en su finca de verano en Cuernavaca, pasaban el tiempo diseñando condecoraciones y uniformes, definitivamente una forma de eludir la cruda realidad.
Nuevamente muchas gracias por el artículo y esperemos de aquí a algunos años poder recordar, y solo eso, Los años que tuvimos miedo.
Saludos y buen fin de semana.
Óscar G-Chávez