Inicio / Quiénes somos / De mano en mano / Contacto
Documentos / Reportes / Colaboradores / Guías y formatos / Legislación / Sitios de interés
Documentos / Reportes / Colaboradores / Guías y formatos / Legislación / Sitios de interés
El Papa en México
Por EDUARDO MARTÍNEZ BENAVENTE
Marzo 31, 2011
Me cuento entre los millones de católicos no practicantes que en las últimas décadas hemos perdido la fe y dejado de creer en los dogmas y mitos de una religión obsoleta y rebasada, pero profundamente enraizada en nuestros usos y costumbres que nos resistimos a dejar completamente, y que desde tiempos inmemoriales han profesado nuestros ancestros. Mi actitud es el resultado de una decisión concienzudamente tomada después de un largo proceso de estudio y reflexión sobre la historia del cristianismo y los grandes misterios de la vida, concluyendo que es deshonesto e inútil seguir simulando un catolicismo en el que uno ya no cree, y que además se siente ajeno y discriminado. Ni siquiera la conducta ruin y despreciable de algunos de sus clérigos acusados de pederastia me ha movido a dejar por eso de ser creyente, pues comprendo que no son seres sobrenaturales sino personas de carne y hueso con todos los vicios y debilidades que nos aquejan y que no pudieron controlar. Más daño le han hecho a la Iglesia los altos jerarcas que conocieron las denuncias de las victimas y prefirieron negarlas o callarlas para evitar que los escándalos enlodaran el buen nombre de la Institución, y que no se atrevieron a suspender a los acusados mientras investigaban la veracidad de los hechos, y no expulsaron de su seno a los que finalmente resultaron culpables, poniéndolos a disposición de las autoridades civiles para que se les procesara y castigara. Aunque también tienen su culpa los que sufrieron tales abusos y los padres de los menores que lo supieron y no los denunciaron de inmediato.
Respeto el derecho que tienen todas las personas de practicar y manifestar públicamente el credo religioso que mejor les acomode, y especial respeto merece la presencia y mensajes del papa a los católicos en nuestro país, en el que cualquier comentario incómodo podría resultar ofensivo a sus creencias, pero este respeto no nos impide analizar su contenido, así como el aprovechamiento y uso político que hizo Felipe Calderón de la imagen del pontífice. Por eso considero que es indispensable esta presentación para no jugar al ensabanado y se me ubique ideológicamente en el lugar que me corresponde, de tal manera que sirva esta orientación para que los lectores le den el valor que consideren a los comentarios que hago sobre algunos aspectos de la visita de Benedicto XVI, que me esfuerzo en presentar sin las tirrias y prejuicios de los jacobinos y enemigos de la Iglesia, pero tampoco con las posiciones fanáticas y extremistas de algunos católicos.
Asistí a la misa que celebró el papa hace una semana a los pies del Cerro del Cubilete, en el que se erige la monumental estatua de Cristo Rey, con la curiosidad y el interés de un observador que preparaba una crónica de ese multitudinario y bien organizado evento. Es muy difícil calcular el número de asistentes. Las únicas cifras que se han dado a conocer son las que presumen los organizadores: de 500 a 600 mil fieles. La vigilancia fue extrema, por todas partes había elementos de seguridad y en algunos puntos hasta francotiradores pertrechados en puntos estratégicos. El calor era insoportable pero no fue obstáculo para ver que la mayoría de los asistentes se comportaba con devoción y respeto. Algunos visiblemente fatigados porque habían acampado la noche anterior en ese inhóspito lugar. Pocos vendedores ambulantes y puestos fijos con mercancía corriente y muy poco atractiva. Creo que había mas fotografías a la venta con la imagen de Juan Pablo II que del papa actual. Quedaron muchas áreas vacías que se podían haber integrado a la concentración para darles cabida a más creyentes. Después de la abrumadora difusión que tuvo la ceremonia creía que la concurrencia superaría con mucho el millón de personas, y más en una zona tan bien comunicada y con una población mayoritariamente católica. Hay que considerar que el atractivo principal para entusiasmar a la gente corresponde en estos momentos a un personaje falto de gracia y chispa que no sabe improvisar y no motiva a sus seguidores. No sabe cómo llegarle a un auditorio predispuesto a entregarse. Creo que pocos entendieron su conservadora y bien estructurada homilía que no arrancó aplausos y que escuchamos con mucha claridad a través de un excelente equipo de sonido. Creo que a todos les hubiera gustado oír un mensaje más próximo y directo a sus necesidades ordinarias. Más explícito a los problemas que padecemos. Para desgracia de los mexicanos su presencia no influyó –ni siquiera en los días de su visita- para que disminuyera el número y gravedad de los delitos de alto impacto.
Sin duda alguna que la visita del papa a México fue un acontecimiento relevante y ruidoso que había que destacar, pero no con la intensidad y cobertura con la que se difundió cada una de sus actividades. Fue abrumador y exagerado tanto espacio. Y más ante lo poco que se pudo rescatar de su mensaje. El protagonismo de Felipe Calderón fue abusivo y molesto, pues aprovechó todas las oportunidades para lucirse a pesar de los descalabros que sufrió como cuando el presidente de la Cámara de Diputados, Guadalupe Acosta Naranjo, lo dejó con la mano tendida en la ceremonia de bienvenida porque el protocolo no le permitía saludarlo, o cuando quiso salir con el papa al balcón de la Casa del Conde de Rul en Guanajuato para saludar a los niños que abajo lo esperaban, y que la guardia suiza se lo impidió. Fue el primero que se subió las escalinatas del altar para que su Santidad le diera la comunión, exhibiéndose ante todo el mundo como una persona sin pecado y en estado de gracia que recibía el cuerpo de Jesús, cuando sabe de la enorme carga que soporta como comandante en jefe de las fuerzas armadas del país en la guerra que le declaró al crimen organizado, y en la que entre sus victimas se cuentan millares de inocentes. Su objetivo era ganar simpatías y adhesiones de los católicos para inclinar su voto a favor de la candidata del blanquiazul. Por lo pronto la reforma al artículo 24 de la constitución quedó demasiado corta. Ni remotamente se lograron todas las “libertades religiosas” que solicitaban los altos jerarcas de la Iglesia, pero de este tema escribiremos en otra ocasión.
Marzo 31, 2011
Me cuento entre los millones de católicos no practicantes que en las últimas décadas hemos perdido la fe y dejado de creer en los dogmas y mitos de una religión obsoleta y rebasada, pero profundamente enraizada en nuestros usos y costumbres que nos resistimos a dejar completamente, y que desde tiempos inmemoriales han profesado nuestros ancestros. Mi actitud es el resultado de una decisión concienzudamente tomada después de un largo proceso de estudio y reflexión sobre la historia del cristianismo y los grandes misterios de la vida, concluyendo que es deshonesto e inútil seguir simulando un catolicismo en el que uno ya no cree, y que además se siente ajeno y discriminado. Ni siquiera la conducta ruin y despreciable de algunos de sus clérigos acusados de pederastia me ha movido a dejar por eso de ser creyente, pues comprendo que no son seres sobrenaturales sino personas de carne y hueso con todos los vicios y debilidades que nos aquejan y que no pudieron controlar. Más daño le han hecho a la Iglesia los altos jerarcas que conocieron las denuncias de las victimas y prefirieron negarlas o callarlas para evitar que los escándalos enlodaran el buen nombre de la Institución, y que no se atrevieron a suspender a los acusados mientras investigaban la veracidad de los hechos, y no expulsaron de su seno a los que finalmente resultaron culpables, poniéndolos a disposición de las autoridades civiles para que se les procesara y castigara. Aunque también tienen su culpa los que sufrieron tales abusos y los padres de los menores que lo supieron y no los denunciaron de inmediato.
Respeto el derecho que tienen todas las personas de practicar y manifestar públicamente el credo religioso que mejor les acomode, y especial respeto merece la presencia y mensajes del papa a los católicos en nuestro país, en el que cualquier comentario incómodo podría resultar ofensivo a sus creencias, pero este respeto no nos impide analizar su contenido, así como el aprovechamiento y uso político que hizo Felipe Calderón de la imagen del pontífice. Por eso considero que es indispensable esta presentación para no jugar al ensabanado y se me ubique ideológicamente en el lugar que me corresponde, de tal manera que sirva esta orientación para que los lectores le den el valor que consideren a los comentarios que hago sobre algunos aspectos de la visita de Benedicto XVI, que me esfuerzo en presentar sin las tirrias y prejuicios de los jacobinos y enemigos de la Iglesia, pero tampoco con las posiciones fanáticas y extremistas de algunos católicos.
Asistí a la misa que celebró el papa hace una semana a los pies del Cerro del Cubilete, en el que se erige la monumental estatua de Cristo Rey, con la curiosidad y el interés de un observador que preparaba una crónica de ese multitudinario y bien organizado evento. Es muy difícil calcular el número de asistentes. Las únicas cifras que se han dado a conocer son las que presumen los organizadores: de 500 a 600 mil fieles. La vigilancia fue extrema, por todas partes había elementos de seguridad y en algunos puntos hasta francotiradores pertrechados en puntos estratégicos. El calor era insoportable pero no fue obstáculo para ver que la mayoría de los asistentes se comportaba con devoción y respeto. Algunos visiblemente fatigados porque habían acampado la noche anterior en ese inhóspito lugar. Pocos vendedores ambulantes y puestos fijos con mercancía corriente y muy poco atractiva. Creo que había mas fotografías a la venta con la imagen de Juan Pablo II que del papa actual. Quedaron muchas áreas vacías que se podían haber integrado a la concentración para darles cabida a más creyentes. Después de la abrumadora difusión que tuvo la ceremonia creía que la concurrencia superaría con mucho el millón de personas, y más en una zona tan bien comunicada y con una población mayoritariamente católica. Hay que considerar que el atractivo principal para entusiasmar a la gente corresponde en estos momentos a un personaje falto de gracia y chispa que no sabe improvisar y no motiva a sus seguidores. No sabe cómo llegarle a un auditorio predispuesto a entregarse. Creo que pocos entendieron su conservadora y bien estructurada homilía que no arrancó aplausos y que escuchamos con mucha claridad a través de un excelente equipo de sonido. Creo que a todos les hubiera gustado oír un mensaje más próximo y directo a sus necesidades ordinarias. Más explícito a los problemas que padecemos. Para desgracia de los mexicanos su presencia no influyó –ni siquiera en los días de su visita- para que disminuyera el número y gravedad de los delitos de alto impacto.
Sin duda alguna que la visita del papa a México fue un acontecimiento relevante y ruidoso que había que destacar, pero no con la intensidad y cobertura con la que se difundió cada una de sus actividades. Fue abrumador y exagerado tanto espacio. Y más ante lo poco que se pudo rescatar de su mensaje. El protagonismo de Felipe Calderón fue abusivo y molesto, pues aprovechó todas las oportunidades para lucirse a pesar de los descalabros que sufrió como cuando el presidente de la Cámara de Diputados, Guadalupe Acosta Naranjo, lo dejó con la mano tendida en la ceremonia de bienvenida porque el protocolo no le permitía saludarlo, o cuando quiso salir con el papa al balcón de la Casa del Conde de Rul en Guanajuato para saludar a los niños que abajo lo esperaban, y que la guardia suiza se lo impidió. Fue el primero que se subió las escalinatas del altar para que su Santidad le diera la comunión, exhibiéndose ante todo el mundo como una persona sin pecado y en estado de gracia que recibía el cuerpo de Jesús, cuando sabe de la enorme carga que soporta como comandante en jefe de las fuerzas armadas del país en la guerra que le declaró al crimen organizado, y en la que entre sus victimas se cuentan millares de inocentes. Su objetivo era ganar simpatías y adhesiones de los católicos para inclinar su voto a favor de la candidata del blanquiazul. Por lo pronto la reforma al artículo 24 de la constitución quedó demasiado corta. Ni remotamente se lograron todas las “libertades religiosas” que solicitaban los altos jerarcas de la Iglesia, pero de este tema escribiremos en otra ocasión.