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Los años que tuvimos miedo
Quinta parte
Por EDUARDO MARTÍNEZ BENAVENTE
Febrero 27, 2011
La presunta responsabilidad de los personas que fueron presentadas este martes por la Secretaría de la Defensa Nacional como autores de la agresión que sufrieron los dos agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos no es convincente, pues su confesión carece de otras pruebas concluyentes para ser aceptada, como hubiera sido el testimonio del sobreviviente del atraco, Víctor Ávila, que debió haberlos identificado; pero le urgía al gobierno mexicano llevar una solución a Washington, la que fuera, para que la visita de Felipe Calderón a esa capital, programada para el próximo jueves, no se centrara principalmente en los reclamos de justicia que exigen los americanos. Me parece muy cuesta arriba aceptar que los sicarios que atacaron a los agentes los hayan confundido con otros delincuentes de una banda rival cuando sus victimas se desplazaban en un vehículo con placas diplomáticas y éstas se identificaron ante sus atacantes como funcionarios del ICE. No explican por qué los ejecutaron sobre la carretera y no en el restaurante en el que unos minutos antes se habían bajado a comprar alimentos. El gobierno americano parece también estar satisfecho con el resultado de la pesquisa, aunque no sabemos si los elementos del FBI que coadyuvan en el caso abandonarán el estado por considerar que lograron su objetivo o seguirán profundizando en las investigaciones.
El arraigo al que estarán sometidos los presuntos delincuentes, algunos de ellos visiblemente lastimados, y quienes en esta ocasión no reconocieron ante los medios de comunicación la autoría de los delitos que se les señalan, como ocurre en otras presentaciones, les permitirá a las autoridades mexicanas ganar tiempo para integrar debidamente la indagatoria antes de turnársela a los jueces, pues sería una vergüenza nacional que después de tanto ruido se ordenara su liberación por falta de pruebas. Cuesta trabajo creer que los zetas, a los que desde un principio se les imputó el crimen, hubieran permanecido impávidos en la capital potosina esperando a ser aprehendidos cuando sabían que el avispero que se alborotó con ese incidente los iba a alcanzar tarde o temprano, a menos que los detenidos sean piezas insignificantes que en el ajedrez de la delincuencia pueden ser fácilmente sacrificados. En un régimen democrático, la justicia ni es facciosa ni permite la creación de “chivos expiatorios”, por eso esperamos que se castigue a los verdaderos responsables. Ahora bien, si son los que la SEDENA presentó ante la opinión pública, entonces, los militares que intervinieron en esa operación deberían ser reconocidos por la celeridad y eficacia con la que en unos cuantos días resolvieron un conflicto en el que San Luis Potosí está inmerso al haber sido boletinado por los estadounidenses como una entidad peligrosa a la que se recomienda no visitar.
No sabemos qué tanto puede influir en el ánimo de los delincuentes la difusión mediática y permanente de las penas en que incurren los secuestradores, los extorsionadores, los ladrones, los narcotraficantes, los que asesinan, los que lesionan, y otros actores de delitos graves, así como la ejemplificación melodramática de lo que significa perder la libertad y estar en la cárcel, para intentar contener de alguna manera a todos aquellos que se atreven a incurrir en tales conductas.
Por más que nos afanemos tratando de encontrarle una solución inmediata y fácil al problema de la inseguridad y delincuencia que nos carcome no daremos con ella. Es una tarea demasiado compleja que hay que analizar desde sus más profundas raíces. De nada sirve construir más cárceles antes que aplicar programas que realmente abatan los rezagos sociales. Es un error incrementar las penalidades sin establecer previamente una política que garantice más y mejores trabajos bien remunerados. No tiene sentido gastar en patrullas y armamento sin antes reducir las abismales diferencias sociales. Es un fracaso militarizar al país si no disminuyen considerablemente los índices de corrupción e impunidad de las autoridades. Antes que reprimir tenemos que recuperar valores perdidos, en fin, ninguna de estas medidas coactivas y hasta inútiles son la solución para aminorar la criminalidad e inseguridad que se acentuado con especial virulencia en el territorio potosino. Estamos convencidos que la violencia sólo genera más violencia y que el uso indiscriminado de la fuerza pública no es el instrumento idóneo para inhibir a los criminales; y aún así la seguimos empleando. Entendemos que los criminales antes de delinquir ni leen ni repasan los códigos penales para informarse de las penas en las que van a incurrir, pero no nos extrañaría que después de sus incursiones delictivas presten atención a los medios de comunicación para ver qué tanto alboroto armaron.
Exponer con toda crudeza lo que implica perder la libertad, lo que se padece por estar sometido a un régimen carcelario arbitrario y represor en el que nadie se rehabilita, y en el que casi todos se vuelven adictos a las drogas. Soportar los abusos y agresiones de los celadores y reclusos. Quedar afectado para el resto de sus días por el trauma del encierro. Distanciarse y perder toda autoridad y estima con su familia y amigos. Estar ausente en los eventos sociales y mortuorios de sus seres queridos. Restringir hasta casi perder todo clase de derechos fundamentales. Dormir hacinado con otros presos en una pestilente celda. Perder la privacidad. Enfermarse y deprimirse sin compañía, todo esto y más debe ser un verdadero infierno, por eso, no sobra recordárselos una y otra vez a través de una campaña bien diseñada en la que se escuchen los testimonios de los capos y presos comunes que en muy poco tiempo quedan convertidos en unas piltrafas, sin dignidad ni decoro. En un extracto de la correspondencia de un reo a su esposa se podía leer que “en la cárcel los días son más largos, las ratas más gordas y los muertos más baratos.” Había pasado del asco al enojo para llegar al fastidio, al cansancio y finalmente estacionarse en la dejadez.
Por EDUARDO MARTÍNEZ BENAVENTE
Febrero 27, 2011
La presunta responsabilidad de los personas que fueron presentadas este martes por la Secretaría de la Defensa Nacional como autores de la agresión que sufrieron los dos agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos no es convincente, pues su confesión carece de otras pruebas concluyentes para ser aceptada, como hubiera sido el testimonio del sobreviviente del atraco, Víctor Ávila, que debió haberlos identificado; pero le urgía al gobierno mexicano llevar una solución a Washington, la que fuera, para que la visita de Felipe Calderón a esa capital, programada para el próximo jueves, no se centrara principalmente en los reclamos de justicia que exigen los americanos. Me parece muy cuesta arriba aceptar que los sicarios que atacaron a los agentes los hayan confundido con otros delincuentes de una banda rival cuando sus victimas se desplazaban en un vehículo con placas diplomáticas y éstas se identificaron ante sus atacantes como funcionarios del ICE. No explican por qué los ejecutaron sobre la carretera y no en el restaurante en el que unos minutos antes se habían bajado a comprar alimentos. El gobierno americano parece también estar satisfecho con el resultado de la pesquisa, aunque no sabemos si los elementos del FBI que coadyuvan en el caso abandonarán el estado por considerar que lograron su objetivo o seguirán profundizando en las investigaciones.
El arraigo al que estarán sometidos los presuntos delincuentes, algunos de ellos visiblemente lastimados, y quienes en esta ocasión no reconocieron ante los medios de comunicación la autoría de los delitos que se les señalan, como ocurre en otras presentaciones, les permitirá a las autoridades mexicanas ganar tiempo para integrar debidamente la indagatoria antes de turnársela a los jueces, pues sería una vergüenza nacional que después de tanto ruido se ordenara su liberación por falta de pruebas. Cuesta trabajo creer que los zetas, a los que desde un principio se les imputó el crimen, hubieran permanecido impávidos en la capital potosina esperando a ser aprehendidos cuando sabían que el avispero que se alborotó con ese incidente los iba a alcanzar tarde o temprano, a menos que los detenidos sean piezas insignificantes que en el ajedrez de la delincuencia pueden ser fácilmente sacrificados. En un régimen democrático, la justicia ni es facciosa ni permite la creación de “chivos expiatorios”, por eso esperamos que se castigue a los verdaderos responsables. Ahora bien, si son los que la SEDENA presentó ante la opinión pública, entonces, los militares que intervinieron en esa operación deberían ser reconocidos por la celeridad y eficacia con la que en unos cuantos días resolvieron un conflicto en el que San Luis Potosí está inmerso al haber sido boletinado por los estadounidenses como una entidad peligrosa a la que se recomienda no visitar.
No sabemos qué tanto puede influir en el ánimo de los delincuentes la difusión mediática y permanente de las penas en que incurren los secuestradores, los extorsionadores, los ladrones, los narcotraficantes, los que asesinan, los que lesionan, y otros actores de delitos graves, así como la ejemplificación melodramática de lo que significa perder la libertad y estar en la cárcel, para intentar contener de alguna manera a todos aquellos que se atreven a incurrir en tales conductas.
Por más que nos afanemos tratando de encontrarle una solución inmediata y fácil al problema de la inseguridad y delincuencia que nos carcome no daremos con ella. Es una tarea demasiado compleja que hay que analizar desde sus más profundas raíces. De nada sirve construir más cárceles antes que aplicar programas que realmente abatan los rezagos sociales. Es un error incrementar las penalidades sin establecer previamente una política que garantice más y mejores trabajos bien remunerados. No tiene sentido gastar en patrullas y armamento sin antes reducir las abismales diferencias sociales. Es un fracaso militarizar al país si no disminuyen considerablemente los índices de corrupción e impunidad de las autoridades. Antes que reprimir tenemos que recuperar valores perdidos, en fin, ninguna de estas medidas coactivas y hasta inútiles son la solución para aminorar la criminalidad e inseguridad que se acentuado con especial virulencia en el territorio potosino. Estamos convencidos que la violencia sólo genera más violencia y que el uso indiscriminado de la fuerza pública no es el instrumento idóneo para inhibir a los criminales; y aún así la seguimos empleando. Entendemos que los criminales antes de delinquir ni leen ni repasan los códigos penales para informarse de las penas en las que van a incurrir, pero no nos extrañaría que después de sus incursiones delictivas presten atención a los medios de comunicación para ver qué tanto alboroto armaron.
Exponer con toda crudeza lo que implica perder la libertad, lo que se padece por estar sometido a un régimen carcelario arbitrario y represor en el que nadie se rehabilita, y en el que casi todos se vuelven adictos a las drogas. Soportar los abusos y agresiones de los celadores y reclusos. Quedar afectado para el resto de sus días por el trauma del encierro. Distanciarse y perder toda autoridad y estima con su familia y amigos. Estar ausente en los eventos sociales y mortuorios de sus seres queridos. Restringir hasta casi perder todo clase de derechos fundamentales. Dormir hacinado con otros presos en una pestilente celda. Perder la privacidad. Enfermarse y deprimirse sin compañía, todo esto y más debe ser un verdadero infierno, por eso, no sobra recordárselos una y otra vez a través de una campaña bien diseñada en la que se escuchen los testimonios de los capos y presos comunes que en muy poco tiempo quedan convertidos en unas piltrafas, sin dignidad ni decoro. En un extracto de la correspondencia de un reo a su esposa se podía leer que “en la cárcel los días son más largos, las ratas más gordas y los muertos más baratos.” Había pasado del asco al enojo para llegar al fastidio, al cansancio y finalmente estacionarse en la dejadez.
SUS COMENTARIOS
NOMBRE
LUZ MARÍA ANAYA
COMENTARIOS
Estimado Guacho :
Gracias por seguir escribiendo, pues ello nos informa y nos da confianza en lo que leemos. Todas las versiones de este caso sabemos que pueden hacernos dudar de su veracidad, pero lo importante no es tanto cómo pasó sino la reflexión inteligente del hecho, que es lo que nos debe de recordar nuestra obligación y responsabilidad de tratar de ser ciudadanos. Te felicito nuevamente, un abrazo de Luz María.
NOMBRE
LUZ MARÍA ANAYA
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Estimado Guacho :
Gracias por seguir escribiendo, pues ello nos informa y nos da confianza en lo que leemos. Todas las versiones de este caso sabemos que pueden hacernos dudar de su veracidad, pero lo importante no es tanto cómo pasó sino la reflexión inteligente del hecho, que es lo que nos debe de recordar nuestra obligación y responsabilidad de tratar de ser ciudadanos. Te felicito nuevamente, un abrazo de Luz María.