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"Los renglones torcidos de Dios"
Segunda y última parte
Por EDUARDO MARTÍNEZ BENAVENTE
Septiembre 5, 2010
Marcial Maciel murió a los 87 años, el 30 de enero de 2008, sin haber pedido perdón a sus victimas y a todos aquellos que defraudó por su inmoral conducta. Por eso, en medio de un enorme sigilo y vergüenza, sus restos fueron inhumados en la cripta familiar de su pueblo natal, Cotija de la Paz. Michoacán, sin reconocimientos ni multitudes como le hubieran correspondido a un personaje de esas dimensiones. Los Legionarios de Cristo a través de su superior general, Álvaro Corcuera, pidieron perdón a todos aquellos que resultaron lastimados por “los hechos graves en los que incurrió su fundador”. Más en un asunto tan delicado como éste, no basta con pedir perdón, es necesario hacer justicia e indemnizar moral y económicamente a todos aquellos que sufrieron daño moral y psicológico por los abusos del “padre”; reivindicar a sus denunciantes y críticos de buena fe que fueron vapuleados; así como castigar a los encubridores y protectores de esa miseria humana.
En San Luís Potosí, los Legionarios de Cristo, por conducto del sacerdote Fernando Fernández González, director del Instituto Andes, y de la señora Patricia Rodríguez Sada, directora del Colegio del Bosque, se han dirigido a los padres de familia, alumnos, profesores, colaboradores y amigos, a través de una circular que distribuyeron durante el mes de mayo pasado para fijar su posición. Ni siquiera se tomaron la molestia de rotular los nombres de cada uno de ellos “para extender la disculpa que nuestro director general ha pedido por todo aquello que recientemente hemos conocido acerca de la vida de nuestro fundador, el P. Marcial Maciel y que indudablemente contrasta con lo que ha sido siempre nuestro ideal educativo”. No es cierto que hasta ahora se hayan enterado de las ofensas sexuales que cometió este “delincuente inescrupuloso” -como lo catalogó la propia Iglesia- en contra de decenas de menores de edad, ni de los detalles vergonzosos de su doble vida. Muchos lo conocían y lo encubrieron. Muchos sabían qué era lo que estaba ocurriendo y se callaron, se hicieron los desentendidos, aunque tenían la obligación moral y legal de denunciar sus delitos. Le apostaban al olvido y calcularon que el tiempo borraría sus pecados.
No puede haber perdón en medio de la mentira. Su disculpa sería sincera, más no válida, si hubieran reconocido que su silencio y encubrimiento obedeció a una estrategia con la que intentaban evitarle un daño mayor a la obra, como el que provocaría el dar a conocer la verdad, y que los testimonios que se referían a los gravísimos actos inmorales de Maciel no estaban confirmados, y que por eso, habían optado por el silencio o la negación.
Juan Sandoval Iñiguez, el palurdo y fajador cardenal de Guadalajara, afirmó en una entrevista que le concedió el pasado 5 de mayo a Carmen Aristegui, de la cadena MVS, que en el año de 1956 o 1957, Marcial Maciel fue investigado por el Vaticano por el delito de pederastia. Sandoval recuerda que el ahora papa fue quien mandó investigarlo en 2004, y que cuando fue electo sucesor de San Pedro, le pidió que se retirara para hacer una vida de oración y penitencia. Inmediatamente después de esta revelación, dentro del programa, la conductora recibió otra llamada, ahora del ex legionario de Cristo, Juan Barba Martín, para aclarar que el cardenal Ratzinger supo de las denuncias en contra de Maciel desde 1998, y no en el 2001, como aseguró Sandoval. Barba fue una de las victimas de Maciel y uno de los nueve ex legionarios que firmaron la carta enviada a Juan Pablo II en noviembre de 1997, en la que denunciaban los abusos de parte del fundador de la congregación. Este antecedente le podría costar al papa polaco someterse al tortuoso y ordinario trámite procesal que se exige para llevar a un virtuoso a los altares, en lugar de convertirse en un santo subito como lo demandan sus admiradores. La Iglesia Católica se enfrenta a numerosos casos de pederastia en muchos países que han cimbrado los cimientos de su credibilidad; y curiosamente en las otras iglesias no hay denuncias por estas conductas.
Más adelante, los directores de los colegios legionarios potosinos explican en su comunicado que “no tuvimos nunca conocimiento de los actos inmorales del P. Marcial Maciel y que, a partir de ahora, ya no se presentará como un modelo de vida…”. Un compromiso por revisar el perfil y los antecedentes de todos aquellos que tienen trato con los alumnos, así como los reglamentos de disciplina de los colegios hubiera sido de mayor utilidad para prevenir cualquier conducta delictiva que retirar del santoral a su fundador y echarlo a la hoguera. No es suficiente con señalar de que “estamos tomado todas las medidas posibles para que el ambiente moral de nuestras instituciones educativas sea el mejor posible, con una política de tolerancia cero ante cualquier elemento que pueda perjudicar, aunque sea levemente, a sus hijos en este campo”. No detalla, no explica en qué consisten tales compromisos y cuidados, no obstante que dentro de las conclusiones de la auditoría que les practicó el Vaticano, se anuncia la necesidad de redefinir el carisma de la congregación, a la que pertenecen estos colegios confesionales.
Hay que reconocer que los colegios de los legionarios en San Luis Potosí no reportan denuncia pública alguna que los involucre en conductas pederastas como las ocurridas en el Instituto Potosino; o peor todavía, como la violación y homicidio de una alumna en las instalaciones del Colegio Salesiano, en el que está señalado como presunto responsable el sacerdote director del plantel; pero el desprestigio y escándalo que se ha levantado alrededor de los seguidores de Maciel, la intensidad con la que se ha difundido su lascivia conducta, ha provocado el odium plebis de una buena parte de los mexicanos a esa organización religiosa; por eso, no es suficiente con circular un mensaje pusilánime que no tiene otra propósito que salir lo mejor librados de este penosísimo capítulo de su existencia.
Por EDUARDO MARTÍNEZ BENAVENTE
Septiembre 5, 2010
Marcial Maciel murió a los 87 años, el 30 de enero de 2008, sin haber pedido perdón a sus victimas y a todos aquellos que defraudó por su inmoral conducta. Por eso, en medio de un enorme sigilo y vergüenza, sus restos fueron inhumados en la cripta familiar de su pueblo natal, Cotija de la Paz. Michoacán, sin reconocimientos ni multitudes como le hubieran correspondido a un personaje de esas dimensiones. Los Legionarios de Cristo a través de su superior general, Álvaro Corcuera, pidieron perdón a todos aquellos que resultaron lastimados por “los hechos graves en los que incurrió su fundador”. Más en un asunto tan delicado como éste, no basta con pedir perdón, es necesario hacer justicia e indemnizar moral y económicamente a todos aquellos que sufrieron daño moral y psicológico por los abusos del “padre”; reivindicar a sus denunciantes y críticos de buena fe que fueron vapuleados; así como castigar a los encubridores y protectores de esa miseria humana.
En San Luís Potosí, los Legionarios de Cristo, por conducto del sacerdote Fernando Fernández González, director del Instituto Andes, y de la señora Patricia Rodríguez Sada, directora del Colegio del Bosque, se han dirigido a los padres de familia, alumnos, profesores, colaboradores y amigos, a través de una circular que distribuyeron durante el mes de mayo pasado para fijar su posición. Ni siquiera se tomaron la molestia de rotular los nombres de cada uno de ellos “para extender la disculpa que nuestro director general ha pedido por todo aquello que recientemente hemos conocido acerca de la vida de nuestro fundador, el P. Marcial Maciel y que indudablemente contrasta con lo que ha sido siempre nuestro ideal educativo”. No es cierto que hasta ahora se hayan enterado de las ofensas sexuales que cometió este “delincuente inescrupuloso” -como lo catalogó la propia Iglesia- en contra de decenas de menores de edad, ni de los detalles vergonzosos de su doble vida. Muchos lo conocían y lo encubrieron. Muchos sabían qué era lo que estaba ocurriendo y se callaron, se hicieron los desentendidos, aunque tenían la obligación moral y legal de denunciar sus delitos. Le apostaban al olvido y calcularon que el tiempo borraría sus pecados.
No puede haber perdón en medio de la mentira. Su disculpa sería sincera, más no válida, si hubieran reconocido que su silencio y encubrimiento obedeció a una estrategia con la que intentaban evitarle un daño mayor a la obra, como el que provocaría el dar a conocer la verdad, y que los testimonios que se referían a los gravísimos actos inmorales de Maciel no estaban confirmados, y que por eso, habían optado por el silencio o la negación.
Juan Sandoval Iñiguez, el palurdo y fajador cardenal de Guadalajara, afirmó en una entrevista que le concedió el pasado 5 de mayo a Carmen Aristegui, de la cadena MVS, que en el año de 1956 o 1957, Marcial Maciel fue investigado por el Vaticano por el delito de pederastia. Sandoval recuerda que el ahora papa fue quien mandó investigarlo en 2004, y que cuando fue electo sucesor de San Pedro, le pidió que se retirara para hacer una vida de oración y penitencia. Inmediatamente después de esta revelación, dentro del programa, la conductora recibió otra llamada, ahora del ex legionario de Cristo, Juan Barba Martín, para aclarar que el cardenal Ratzinger supo de las denuncias en contra de Maciel desde 1998, y no en el 2001, como aseguró Sandoval. Barba fue una de las victimas de Maciel y uno de los nueve ex legionarios que firmaron la carta enviada a Juan Pablo II en noviembre de 1997, en la que denunciaban los abusos de parte del fundador de la congregación. Este antecedente le podría costar al papa polaco someterse al tortuoso y ordinario trámite procesal que se exige para llevar a un virtuoso a los altares, en lugar de convertirse en un santo subito como lo demandan sus admiradores. La Iglesia Católica se enfrenta a numerosos casos de pederastia en muchos países que han cimbrado los cimientos de su credibilidad; y curiosamente en las otras iglesias no hay denuncias por estas conductas.
Más adelante, los directores de los colegios legionarios potosinos explican en su comunicado que “no tuvimos nunca conocimiento de los actos inmorales del P. Marcial Maciel y que, a partir de ahora, ya no se presentará como un modelo de vida…”. Un compromiso por revisar el perfil y los antecedentes de todos aquellos que tienen trato con los alumnos, así como los reglamentos de disciplina de los colegios hubiera sido de mayor utilidad para prevenir cualquier conducta delictiva que retirar del santoral a su fundador y echarlo a la hoguera. No es suficiente con señalar de que “estamos tomado todas las medidas posibles para que el ambiente moral de nuestras instituciones educativas sea el mejor posible, con una política de tolerancia cero ante cualquier elemento que pueda perjudicar, aunque sea levemente, a sus hijos en este campo”. No detalla, no explica en qué consisten tales compromisos y cuidados, no obstante que dentro de las conclusiones de la auditoría que les practicó el Vaticano, se anuncia la necesidad de redefinir el carisma de la congregación, a la que pertenecen estos colegios confesionales.
Hay que reconocer que los colegios de los legionarios en San Luis Potosí no reportan denuncia pública alguna que los involucre en conductas pederastas como las ocurridas en el Instituto Potosino; o peor todavía, como la violación y homicidio de una alumna en las instalaciones del Colegio Salesiano, en el que está señalado como presunto responsable el sacerdote director del plantel; pero el desprestigio y escándalo que se ha levantado alrededor de los seguidores de Maciel, la intensidad con la que se ha difundido su lascivia conducta, ha provocado el odium plebis de una buena parte de los mexicanos a esa organización religiosa; por eso, no es suficiente con circular un mensaje pusilánime que no tiene otra propósito que salir lo mejor librados de este penosísimo capítulo de su existencia.