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No es quién dice, sino qué decir
Por JUAN ANTONIO GONZÁLEZ
Enero 10, 2010.
Por JUAN ANTONIO GONZÁLEZ
Enero 10, 2010.
En muchos sentidos, un gobierno lo es ante la opinión pública en la medida de su eficiencia, su proyecto y su estilo de gobernar; pero lo es más en cuanto se tiene una política definida de Comunicación Social. Pero cuando no existe ni una cosa ni la otra, como suele suceder, se rompe el hilo por lo más delgado y eso, eso le sucedió a Eduardo Marceleño Alonso.
En sus orígenes, Eduardo fue reportero del desaparecido periódico Momento, de cuya redacción saltó a los menesteres de enlace de prensa de algunos políticos. Acompañó al doctor Amado Vega Robledo en el Congreso del Estado y luego en la Secretaría de Desarrollo Social y Regional.
No es de extrañarse en el gremio periodístico que el oficio de reportero sea un peldaño en busca de oportunidades profesionales, más en el caso de Eduardo, que es egresado de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación.
En los comicios de 2009, se enlistó en el equipo del doctor Fernando Toranzo Fernández y fue su jefe de prensa en el proceso interno del PRI y luego en la campaña de la elección constitucional.
Luego del triunfo priísta, Eduardo pasó por diversos apuros, respecto de si le daría la Coordinación de Comunicación Social de Gobierno del Estado y fueron semanas de incertidumbre para él y para el equipo que participó en la campaña.
Su desempeño fue, desde la campaña, muy cuestionado por el equipo de colaboradores de la doctora María Luisa, esposa del doctor Toranzo, pues ella no estaba de acuerdo en la forma en cómo se difundía la información de las actividades de su esposo.
Cuando parecía que había quedado fuera, pues incluso a sus compañeros les dijo que todo había acabado, y que no había sido llamado a colaborar en el nuevo gobierno, de manera sorpresiva fue convocado de última hora para llevar ese espacio el mismo día de la toma de posesión del doctor.
La emergencia era clara, había renunciado en la víspera Pedro Manuel de la Fuente.
Con esa debilidad que da el entrar al cuarto para las doce al cargo, Eduardo llevó la responsabilidad de la Comunicación Social por apenas un poco más de tres meses.
En un escueto boletín, el gobierno dio cuenta de una renuncia por motivos personales, frase trillada que, a fuerza de ser recurrida, ha perdido todo sentido de credibilidad y certeza.
Las razones de la remoción no se saben, pero la hipótesis más firme es aquella de que la doctora María Luisa nunca lo quiso. Representa un triunfo para ella, pues le ganó la partida al Coordinador de Asesores del Gobierno, Juan José Rodríguez Medina, padrino principal de Eduardo. Por cierto, la doctora tampoco tiene muy en agrado al ex director y ex columnista de Pulso.
Más allá de las razones políticas que motivaron la renuncia de Eduardo, y que forma parte de las grillas y golpes internos en el gobierno, está el trabajo realizado en esa área de Comunicación.
No hay mucho que decir y resaltan más los yerros que los aciertos, por ejemplo, su pretensión de impedir la publicación de algunas noticias como la de aquella ocasión cuando la página electrónmica del gobierno fue hackeada.
Destaca también el descomunal tropezón derivado de la publicación de una especie de recetario de cómo deberían los funcionarios tratar a los medios de comunicación, a los reporteros, cuándo dar o no entrevistas, etcétera.
Pero tal vez lo que más pese sea esa percepción cada vez más generalizada de que el gobierno está inactivo, que no trabaja, que no tiene pies ni cabeza y que peor aún, ha venido perdiendo el bono democrático con el que llegó al poder en unas elecciones constitucionales ganadas sin controversias mayores.
Sin embargo, bien visto, es evidente que la Comunicación Social, vista en su arista principal de informar lo que hace una institución, no representa una responsabilidad absoluta para Marceleño Alonso: ¿qué informar cuando hay poco o nada que ofrecer a la sociedad en materia informativa?
La responsabilidad de quien encabeza una oficina de Comunicación Social es la de posicionar a la institución y en el caso del gobierno estatal, ese posicionamiento no existe ni para bien ni para mal.
La oficina cumplía en términos normales con sus obligaciones rutinarias, convocar a eventos institucionales, cubrirlos y luego enviar boletines e imágenes, atender a los reporteros, llevar la relación institucional con ciertos mandos de la prensa, pero hasta ahí.
Lo que es claro, es que no se pueden pedir peras al olmo y si no hay algo que trascienda, sería ingenuo pensar que la información tendría impacto, pues no se trata sólo de dar a conocer algo, lo que importa es qué y cómo.
Es el séptimo movimiento en poco más de tres meses y el de Eduardo Marceleño resulta fundamental para entender lo que ocurre con la nueva administración: no es comunicación lo que falla, es que casi nada funciona, de ahí la ausencia de impacto social de la administración.
El gobernador nombrará a un sustituto, desafortunadamente para él, el mal no radica en quien construye y transmite el mensaje, sino en sus escasos contenidos que, como bien se sabe en el ámbito noticioso, si no hay hechos, no hay noticias.
En sus orígenes, Eduardo fue reportero del desaparecido periódico Momento, de cuya redacción saltó a los menesteres de enlace de prensa de algunos políticos. Acompañó al doctor Amado Vega Robledo en el Congreso del Estado y luego en la Secretaría de Desarrollo Social y Regional.
No es de extrañarse en el gremio periodístico que el oficio de reportero sea un peldaño en busca de oportunidades profesionales, más en el caso de Eduardo, que es egresado de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación.
En los comicios de 2009, se enlistó en el equipo del doctor Fernando Toranzo Fernández y fue su jefe de prensa en el proceso interno del PRI y luego en la campaña de la elección constitucional.
Luego del triunfo priísta, Eduardo pasó por diversos apuros, respecto de si le daría la Coordinación de Comunicación Social de Gobierno del Estado y fueron semanas de incertidumbre para él y para el equipo que participó en la campaña.
Su desempeño fue, desde la campaña, muy cuestionado por el equipo de colaboradores de la doctora María Luisa, esposa del doctor Toranzo, pues ella no estaba de acuerdo en la forma en cómo se difundía la información de las actividades de su esposo.
Cuando parecía que había quedado fuera, pues incluso a sus compañeros les dijo que todo había acabado, y que no había sido llamado a colaborar en el nuevo gobierno, de manera sorpresiva fue convocado de última hora para llevar ese espacio el mismo día de la toma de posesión del doctor.
La emergencia era clara, había renunciado en la víspera Pedro Manuel de la Fuente.
Con esa debilidad que da el entrar al cuarto para las doce al cargo, Eduardo llevó la responsabilidad de la Comunicación Social por apenas un poco más de tres meses.
En un escueto boletín, el gobierno dio cuenta de una renuncia por motivos personales, frase trillada que, a fuerza de ser recurrida, ha perdido todo sentido de credibilidad y certeza.
Las razones de la remoción no se saben, pero la hipótesis más firme es aquella de que la doctora María Luisa nunca lo quiso. Representa un triunfo para ella, pues le ganó la partida al Coordinador de Asesores del Gobierno, Juan José Rodríguez Medina, padrino principal de Eduardo. Por cierto, la doctora tampoco tiene muy en agrado al ex director y ex columnista de Pulso.
Más allá de las razones políticas que motivaron la renuncia de Eduardo, y que forma parte de las grillas y golpes internos en el gobierno, está el trabajo realizado en esa área de Comunicación.
No hay mucho que decir y resaltan más los yerros que los aciertos, por ejemplo, su pretensión de impedir la publicación de algunas noticias como la de aquella ocasión cuando la página electrónmica del gobierno fue hackeada.
Destaca también el descomunal tropezón derivado de la publicación de una especie de recetario de cómo deberían los funcionarios tratar a los medios de comunicación, a los reporteros, cuándo dar o no entrevistas, etcétera.
Pero tal vez lo que más pese sea esa percepción cada vez más generalizada de que el gobierno está inactivo, que no trabaja, que no tiene pies ni cabeza y que peor aún, ha venido perdiendo el bono democrático con el que llegó al poder en unas elecciones constitucionales ganadas sin controversias mayores.
Sin embargo, bien visto, es evidente que la Comunicación Social, vista en su arista principal de informar lo que hace una institución, no representa una responsabilidad absoluta para Marceleño Alonso: ¿qué informar cuando hay poco o nada que ofrecer a la sociedad en materia informativa?
La responsabilidad de quien encabeza una oficina de Comunicación Social es la de posicionar a la institución y en el caso del gobierno estatal, ese posicionamiento no existe ni para bien ni para mal.
La oficina cumplía en términos normales con sus obligaciones rutinarias, convocar a eventos institucionales, cubrirlos y luego enviar boletines e imágenes, atender a los reporteros, llevar la relación institucional con ciertos mandos de la prensa, pero hasta ahí.
Lo que es claro, es que no se pueden pedir peras al olmo y si no hay algo que trascienda, sería ingenuo pensar que la información tendría impacto, pues no se trata sólo de dar a conocer algo, lo que importa es qué y cómo.
Es el séptimo movimiento en poco más de tres meses y el de Eduardo Marceleño resulta fundamental para entender lo que ocurre con la nueva administración: no es comunicación lo que falla, es que casi nada funciona, de ahí la ausencia de impacto social de la administración.
El gobernador nombrará a un sustituto, desafortunadamente para él, el mal no radica en quien construye y transmite el mensaje, sino en sus escasos contenidos que, como bien se sabe en el ámbito noticioso, si no hay hechos, no hay noticias.